jueves, 30 de marzo de 2017

Un año de cárcel por bromear y ninguno por mentir o por robar continuamente.


Que la twittera Casandra sufra una sentencia de un año, que no le obliga a entrar en la cárcel, pero si le crea antecedentes y tiene consecuencias directas para no poder ocupar cargo público y ejercer la carrera docente que pretendía, es una enorme atrocidad. Chistes como los suyos se han repetido muchos años atrás, hasta en TVE, sin ninguna consecuencia.

Que el Director General de Tráfico afirme que no sabe nada de la vivienda que le estaban preparando, con tarima flotante y forrado de armarios con materiales nobles, sabiendo que ha estado in situ en la vivienda citada, viendo las obras y proponiendo las mejoras que consideraba y no tenga ninguna consecuencia ni penal, ni judicial, ni siquiera política, es una vergüenza y una atrocidad.

Que en diferentes causas a diario se vaya demostrando, con pruebas y declaraciones, que el partido gobernante ha creado una extensa red de corrupción para favorecerse electoral y económicamente (personal o conjuntamente como partido) sin ninguna consecuencia, ni siquiera política, es una atrocidad, es una vergüenza y da una imagen de país inasumible por cualquier persona decente.

Que el presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, ni siquiera quiera saber que el partido, que le propuso, está metido en una trama de corrupción colectiva tal y como han declarado en diferentes ocasiones desde el banquillo de los acusados algunos de sus colaboradores, así como varios fiscales a lo largo de las innumerables investigaciones, es un descrédito, una vergüenza y motivo evidente de por qué ya no confiamos ni en los gobernates ni en el sistema judicial.


Es mi humilde opinión que expreso “sin animus injuriandis”... (no vaya a pasarme lo de Casandra).